Este
cuento relata una parte de mi proceso terapéutico y lo cuenta con
la perspectiva de entonces (1990) cuando finalizaba mi camino con ella
y comenzaba mi aprendizaje con él. Lo esencial: el vínculo
afectivo y la entrega honesta, que me permitieron recorrer de nuevo el
suelo que pisé por primera vez.
Había una vez, en un país lejano, una reina muy guapa que
vivía en un castillo. Un día llegó una niña
pequeña a aquel país, entró en el castillo de la
Reina y le preguntó:
“¿Quieres ser mi madre?” - Y la Reina le dijo que sí.
La niña estaba un poco salvaje en aquel país, pues todo
era nuevo para ella y no lo comprendía. Pero le gustó tanto,
que se puso a aprender lo que su madre la Reina le enseñaba. Y
la madre le enseñó
a comer
a bailar
a correr
a saltar
a escuchar cosas lindas
y muchas cosas más.
Pasaron juntas muchas dificultades
Exploraron selvas
Lucharon con monstruos y animales
Penetraron en cuevas
Bajaron al fondo del mar.
Estuvieron varias veces a punto de morir, pero como eran muy listas y
valientes se salvaron siempre.
En una de sus aventuras, la Reina llevó a su hija al pie de una
montaña y le enseñó unas piedras de colores.
“Estas piedras”- le dijo - “se llaman Preciosas porque
son bonitas, brillantes y, lo que es más importante, porque tienen
mucho valor”. Y le dio a la Princesa una piedra Preciosa de color
rojo, no sin antes decirle:
“Ya sabes llegar hasta aquí. En lo alto de la Montaña
hay un tesoro tan magnífico que no se puede describir. Si quieres
llegar hasta él, tendrás que aprender a escalar la Montaña”.
La niña se quedó muy intrigada y guardó la piedra
roja en su corazón, como si fuera una joya.
Transcurrió el tiempo y un día la Reina llamó a su
hija y le habló muy seria :
“Has crecido mucho y ya no necesitas que te cuide. Quiero que aprendas
más cosas y para eso necesitas un padre. Y yo tengo uno para tí.
Él es el Rey “.
La Princesa lloró y lloró, pataleó y se enfadó
al oír estas palabras, pues estaba tan a gusto con la Reina que
no se quería ir.
“¡Y por qué no puedo tenerlo todo!”
Como insistió una y otra vez, la Reina y el Rey, que eran muy buenos,
le concedieron un año para que lo tuviera todo. Así que
la Princesa conoció al Rey y su castillo. Y sus padres los Reyes
le enseñaron
a montar a caballo
a cazar
a nadar
a escribir
y muchas cosas más.
Un día antes de cumplirse el año, la Princesa quería
seguir teniéndolo todo y entonces el Rey le dijo :
“Mañana se cumple el plazo y debes venir conmigo”.
Y la Reina le dijo:
“Tú ya eres grande y mi misión ha terminado. Ahora
tu padre el Rey te enseñará a escalar la Montaña,
te dirá el nombre de las cosas y te mostrará la claridad“.
La Princesa no estaba del todo convencida, pero como ya lo había
tenido todo y sentía mucha curiosidad, aceptó de buen grado.
Entonces vio con asombro que realmente había crecido mucho y que
era grande y alta. Y se dijo :
“Me parece que soy una mujer”.
La verdad es que empezaba a serlo, así que se puso a preparar con
esmero su despedida de la Reina. Y sentía mucha pena y muchas ganas
de vivir.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado... por el momento.
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